En Madrid, en el Congreso Mundial de Economía de 1.983, conocí a John L., Walter y Amelia. Doce años después, los cuatro más un nuevo amigo, Li Yu, asistimos a otro congreso en Atenas. Después de las reuniones del simposium, John L. nos invitó a realizar un crucero por el Mediterráneo. Para ese crucero Li Yu propuso que dejáramos correr la fantasía y nos contásemos historias por las noches. Habían de ser fábulas, fantasías elucubraciones o experiencias de cualquier clase, con tal de que tuvieran alguna relación con la economía.
Así nació este extraño libro de economía-ficción, y así surgieron los relatos de los amores de Xiren y Yuang en una China capitalista y colonial, de la carta post marxista que una madura ex-militante comunista escribió a John L., de la secta triunfante cuya única fe y único dios era el dinero, del virus que asoló el mundo en el 2.019 –después de la gran crisis–… Y surgió también la historia de un viaje al universo del hambre y la violencia, rememoración de un viaje que Walter había realizado al Sudán en 1.985, que resultó, seguramente, el mejor resumen de estas historias y un aviso sobre lo que una economía dura provoca o no remedia.
Porque estas historias representan un viaje al corazón de la codicia y cuentan como anda suelta por el mundo una economía dura que, cuando impera, imposibilita la compasión y genera las grandes crisis con el subproducto de la desolación y la miseria en tantas partes del planeta. Pero cuentan también, o quizás lo sueñan, que igual que la tecnología dura contaminante destroza el planeta, y, tarde o temprano, habrá de cambiar a otra tecnología blanda que posibilite un desarrollo sostenible, así la economía dura materialista no puede impedir destrozar la naturaleza compasiva humana y, tarde o temprano, reconocerá también la necesidad de ir a otra concepción de las relaciones económicas: a una economía blanda, que mire y se base en el bienestar del ser humano, de todos los seres humanos¼ Lamentablemente, mientras llega ese día, “Mientras llega el día”, los sistemas entran en crisis y hay riesgos de escenarios de deshumanización y violencia como los que aparecen en estos relatos.
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SINOPSIS “PUERTA DEL ÁNGEL”
“Puerta del Ángel” es una novela cuyo epicentro, Sinerusa, es ficticio en un entorno real. Abarca un periodo desde la posguerra hasta los 90, y cuenta la venturosa vida de un hombre con deseos de transformar el mundo.
Es la vida de Ecilo o Juan Esteban, nacido en Argentina, hijo de Strandey de Sinerusa y de Irene Macías de España. Se trasladan a España siendo Ecilo muy niño y allí pasa su etapa de formación. De natural idealista y soñador Ecilo quiere transformar el mundo, lo que le llevará a Barcelona a estudiar Económicas. Entrará en contacto con sus raíces paternas al conocer a los príncipes de Sinerusa, Gróbert y Âliza, en la facultad. La compleja realidad de este pequeño país mediterráneo, cuya situación es paralela a la de la España de posguerra (hay una dictadura fascista en contacto con las homólogas europeas que mantiene una falsa monarquía) unirá a los tres jóvenes idealistas en su afán por cambiar el mundo, y en particular Sinerusa, su destino común.
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Texto íntegro del libro (215 páginas), gratuito para Internet, en la pestaña de este blog: El cambio, el euro y la crisis.
El cambio, el euro y la crisis
El bienestar mayor de cuantos mas mejor
es el único objetivo decente
de la economía y de la política.
INTRODUCCIÓN
Es esta la primera vez que he echado la vista atrás a más de treinta años y unos cientos de mis artículos publicados al pairo de la actualidad económica de cada época, y he creído ver dos cosas: una que aunque a lo largo de la vida cada momento es distinto, sólo en determinadas ocasiones la variación se deja notar; el cambio es continuado, pero su percepción va a golpes. Otra es que sorprendentemente, si alejamos el microscopio y cogemos suficiente perspectiva, podemos observar que lo que creíamos cambiado, vuelve una y otra vez.
En tres épocas significativas de estos treinta años he publicado crónicas semanales para dejar acta de lo que pasaba, e intentar una reflexión al minuto de sus causas y consecuencias. Por mi profesión y vocación de economista he abordado principalmente la realidad desde el punto de vista de la economía, pero sin olvidar, espero, que el objetivo no es la economía en sí misma, sino siempre el ser humano. Como les comento, me eché a la espalda la tarea de un seguimiento semanal de los acontecimientos cuando el PSOE llegó al poder de la mano de Felipe González con sus promesas de “cambio”, cuando España optó a intentar incorporarse a la Unión Monetaria en la primera velocidad, y lo hizo en el periodo de Aznar, y finalmente ahora, cuando con Zapatero la realidad evidenció que teníamos encima una crisis que muchos catalogan como “sistémica”, una crisis de esencias y estructuras no sólo cíclica y funcional.
Nos vamos al 23 de febrero de 1.981, el 23 F por antonomasia. Con especial sentido de la oportunidad, un nutrido grupo de aragoneses nos habíamos reunido para constituir ante notario la sociedad que iba a editar el periódico “El Día de Aragón”. Era un proyecto de accionariado popular protagonizado por un nutrido número de socios fundadores, entre los que se encontraba una parte de lo más granado de la militancia del arco político democrático de nuestra región, así como un puñado de independientes concienciados. Los había de izquierdas y derechas, con diferente pelaje unos de otros, pero férreamente unidos por las ansias comunes de afianzamiento democrático y deseos de cambio político y social. O quizás sólo evolución, que ya les digo que había de muy diversas opiniones sobre el ritmo y alcance que había de tener el cambio. La historia de ese periódico merecería un libro específico, que no es éste, y espero que alguna vez alguno de mis compañeros de aventura y, sin embargo, amigos, se decidan a hacerlo. Superado el incidente “tejerino”, algunos meses después, el periódico salió a la calle y allí permaneció durante años en su cita diaria con los lectores.
El tema es que poco después el PSOE ganó ampliamente las elecciones con el programa de cambiar el país, “hasta el punto de que nadie lo va a conocer”, añadía Guerra. El país, ese de mis batas de colegio, de las clases de Formación del Espíritu Nacional, del todo prohibido por si acaso y la obediencia ciega a la autoridad y si era política, o sea franquista, más, iba a ser pasado por la izquierda, decían los ahora gobernantes. ¡Y el firmamento no se desplomaba! ¡Qué raro! La cosa merecía un seguimiento diario, unas crónicas.
Era el primer Director de El Día el realmente maestro de periodistas porque lo fue entonces y lo sigue siendo ahora, Fernando García Romanillos. A mí me había tocado el papel de Consejero Delegado, sufridor en primer grado de la carencia de capital del invento: la prensa, ya se sabe, siempre con apuros, con honrosas y rentables excepciones. Dada mi función en el Consejo, y en general mis actividades profesionales como economista, al hablar con Fernando de la idea de escribir una crónica semanal sobre los momentos que nos tocaban vivir, pensé, y a él le pareció oportuno, firmarla con seudónimo, manteniendo su autoría en una razonable discreción, aunque por la redacción casi todos sabían a quién correspondía: menudos eran, como para irles con secretitos. No era la primera vez, ni fue la última, que empleé el seudónimo de Juan Esteban Sanz como alter ego. Incluso en ocasiones se ha convertido en personaje de alguno de mis relatos y de una novela, pero ahora, ingratitudes de la vida, recupero la autoría con mi propio nombre sin darle siquiera las gracias por servirme en su momento de tapadera; dónde hay confianza…
Es la primera selección de artículos que aquí recopilo y que nos llevan a aquellos años vibrantes en los que, con todos los “peros” que se puedan poner, un viento de libertad e idealismo recorría España y la cambiaba. Espero les guste recordarlos si los vivieron, y conocerlos si no habían nacido o eran demasiado jóvenes para tener conciencia de los hechos. Los he encontrado frescos, igual que pasa con los otros dos acontecimientos posteriores que reseño, alrededor del nacimiento del euro y de la crisis actual.
Creo que es mejor no hacer encuadres históricos de lo contado entonces; se encuadran solos y con mayor frescura si se les deja hablar con las voces originales. Voces, digo, porque lógicamente cuando escribí las primeras crónicas que aquí reflejo yo tenía treinta y tantos años, en las segundas cincuenta y tantos, y en las terceras he entrado en la “sesentena” por lo que el cántico sale de la misma garganta, pero con las cuerdas vocales más gastadas conforme avanzan los años.
En 1.997 el periódico “El Día de Aragón” ya no existía salvo en el recuerdo y en alguna deuda definitivamente impagada. El euro nacía en un momento en que ya de por sí los cambios se estaban dando de forma vertiginosa: Un sistema y un país-potencia, la URSS, se hundía, otro gigante, el Japón, caía, China emergía imparable, Estados Unidos y Europa crecían, pero su bienestar quedaba ensombrecido por los bajos salarios reales que se daban en el nuevo continente y con el paro en el viejo. Ante la perplejidad de los analistas económicos, la inflación parecía muerta y crecimientos importantes se desarrollan sin elevar los precios, ni evolucionar tampoco hacia fases de deflación. La revolución tecnológica había llegado, la superespecialización estaba implantada y la localización de plantas industriales, con el influjo de la revolución de las comunicaciones, se movía con criterios absolutamente nuevos. Un ejemplo real: Se vendían a Bangladesh máquinas textiles alemanas para con algodón importado de la India, en fábricas de capital japonés, se hicieran camisas "polo" y se exportaran a Estados Unidos y a Europa. La globalización era un hecho y nos cambiaba también definitivamente al parecer.
Mi amigo José Carlos Arnal era en esos años Subdirector del Heraldo de Aragón y estuvimos hablando de este segundo momento significativo que aquí vamos a recordar: el entonces próximo nacimiento de la Unión Monetaria. Estábamos de acuerdo: mi amigo quería que las páginas de su periódico siguieran los vitales acontecimientos paso a paso, y yo quería seguirlos: “Esto rebasa lo económico, Javier”. “Desde luego, en realidad, siempre cuando lo económico es importante se rebasa a sí mismo, José Carlos”. A partir del domingo siguiente y durante 60 se desarrolló la historia del nacimiento del euro y sus crónicas quedaron convenientemente reflejadas. Ahora, bajo los mordiscos de la crisis, recobran todo su interés y nos dan claves extrañamente precisas sobre lo que ha pasado y lo que sigue pasando. Ya verán.
No había nada especialmente acuciante, no era un momento significativo como los otros reseñados, cuando a mediados del 2005 hablé con Encarna Samitier actual Subdirectora de Opinión del Heraldo. Yo quería colaborar fuera de las páginas de economía. Como me ha pasado habitualmente mi deseo era escribir “desde la economía” no “de economía”: procurar poner la mirada en el hombre y la mujer y en la sociedad, no en el análisis de las premisas técnicas de una pretendida ciencia. Pues sí, a Encarna también le sonaba bien eso y durante cuatro años esta colaboración, de su mano y posteriormente también de la de Victor Orcastegui, ha fructificado en 115 artículos en “Tribuna” y “La firma”.
Decía Picasso que lo importante es que la inspiración te coja trabajando. Así fue, la crisis me cogió redactando artículos sobre la situación económica, y sus crónicas surgieron espontáneas incluso desde antes de que se aceptara como tal.
Intervencionismo y liberalismo
Estos tres momentos significativos se desarrollan en el mismo escenario: La historia económica de nuestro tiempo, que se ha caracterizado primero por el nacimiento y confrontación de dos sistemas de organización económica y de convivencia, y luego por el cierre en falso de esta dialéctica, ya que no venció o convenció el capitalismo sino que cerró por derribo el socialismo o comunismo: la lucha terminó simplemente porque, en una de esas, ya no se encontraba al enemigo. Pero el capitalismo no ha demostrado su valía porque el comunismo haya demostrado su ineptitud. Bien al contrario, las crónicas de nuestro tiempo, la consideración de los hechos que nos toca vivir, están evidenciando lo que siempre se temió: que las contradicciones incrustadas en el sistema capitalista parecen impedir un crecimiento continuado en pleno empleo, que permita alcanzar, de forma pacífica y democrática, los logros sociales que la humanidad ansía y necesita. Decían los marxistas que el capitalismo se hacía imposible con el paso del tiempo, y decían los capitalistas que el socialismo era imposible ya desde el inicio. Miren ustedes que si todos tuvieran finalmente razón…
¿Estado o mercado? Eso ha quedado solucionado después de décadas de confrontación; es un enfrentamiento obsoleto. La eficacia del mercado ha triunfado frente a la inoperancia de la planificación socialista. Pero ¿qué clase de organización basada en la libertad de mercado? ¿La que lleva a una desregulación total con privatizaciones de toda actividad productiva y desmantelamiento de los logros sociales del Estado de Bienestar, o la que desconfía de la mano invisible del mercado y piensa que su libertad debe ser vigilada? ¿Intervención o libertad absoluta? ¿Capitalismo salvaje o controlado?
Mirando hacia atrás, vemos que la economía pareció cogerle el tranquillo a las crisis clásicas con recesión y caída de precios, gracias a las recetas Keynesianas. Pero, con el paso del tiempo, estas políticas llevaron a un abuso intervencionista; entonces el virus nos mutó a recesión y subida de precios a la vez. La “estanflación” dejó el panorama bien dispuesto para que los liberales monetaristas de Chicago apuntalaran las ideas de que, dejando en libertad las fuerzas de mercado, limitando la acción de los gobiernos, cediendo el protagonismo a la iniciativa privada la economía funcionaba con la mayor eficiencia posible. Triunfaron de tal forma que, al caer el bloque soviético, estas ideas se convirtieron en “pensamiento único” porque, en mayor o menor grado, tanto la derecha como la izquierda confesaban su adhesión a la libre empresa, al mercado, al librecambio y la libertad económico-financiera sin límites.
En España estas ideas han tenido que ser interpretadas por gobiernos muy distintos: primero por los que emanaron de un PSOE que partía de principios y amores marxistas, de los que tuvo que descolgarse aceleradamente. Después de unos años, llegó la derecha con un presidente genuino representante de los “neocons”, nuevos conservadores caracterizados por un ultraliberalismo económico. Y ahora finalmente, de nuevo el partido socialista, evolucionado y alejado de aquel de la transición, se ha topado con una crisis en donde, partiendo de un mercado culpable, la solución ha tenido que venir por una intervención estatal masiva y, paradójicamente, las consecuencias parecen llevar a desmantelamientos, al menos parciales, de los logros alcanzados por el Estado de Bienestar.
Felipe, Aznar y Zapatero
Cuando llegó el primer gobierno socialista, eran también momentos difíciles para nuestra economía. La incógnita entonces era de si el gobierno pondría el acento o la confianza en el sector privado o apostaría por la intervención estatal. Felipe González llegaba al poder con un programa económico que definía tajantemente a la inversión pública como motor de la economía. Inmediatamente aparecía lo que siempre se pensó que era una pretensión desmesurada de crear 800.000 puestos de trabajo. El modelo se denominaba de “economía concertada” entre el sector privado y público, pero el protagonismo de la administración en el programa era abrumador: Reindustrialización protagonizada por el sector público, nueva empresa de capital público para la energía, acento en las obras públicas y fomento del cooperativismo. Un claro modelo socialdemócrata donde los hubiera.
Felipe se topó con el muro de la realidad y pasó de tener un modelo sin gobierno a un gobierno sin modelo. El parado 2.200.000 y los alborotos de la reconversión industrial clavaban la puntilla a cualquier cosa que no fuera pensar en las necesidades urgentes. El pensamiento económico del Presidente González se metió de hoz y coz en el realismo y pasó de ser consecuencia de sus ideas políticas a simplemente exigir respuestas concretas a los requerimientos; respuestas dolorosas, aunque necesarias, que proporcionaron con eficacia el dúo Boyer-Solchaga. Posiblemente fue la última vez que apareció un modelo “extrictu sensu” en un programa político. A partir de ahí en los programas desaparecieron los modelos para quedar sólo una lista de objetivos, todo lo más acompañados de medidas y a veces ni eso.
En la primavera de 1.996 José María Aznar llegó al gobierno en coalición con los catalanes de CiU y, por tanto, con la sombra alargada de Pujol sobre sí. En 1.997 las hostilidades con el PSOE estaban en su apogeo por muchas cosas y dos principales muy distintas, pero muy avinagradas ambas: la desclasificación de papeles del CESID, que ponían en grave aprieto a los socialistas en el tema del GAL, y el posicionamiento PP-Telefónica para el tema de la Televisión. Aznar decidió que su batalla y bandera iba a ser algo en lo que era difícil combatirlo: el objetivo de tomar el primer tren hacia la moneda única, de estar allí a la primera oportunidad, en 1.999. Y para eso, aunque la situación española no era tan mala, había que sacar las banderas de los ajustes y la estabilidad presupuestaria para cumplir con las condiciones de convergencia. Sonó la melodía conocida de congelación de los sueldos para los funcionarios y lucha sin cuartel contra el déficit público, extremando la austeridad.
Zapatero, resucitando aquella expresión “filipense” que he anotado, ha arengado a veces a sus ministros y ciudadanos hacia una “acción concertada” entre la iniciativas pública y la privada, pero la cosa no ha cuajado. El Presidente nunca ha ocultado su admiración por Felipe González, del que se considera continuador: en sus sueños, Felipe habría sacado a España del atraso secular y él, ZP, la llevaría hasta la primera fila de las potencias mundiales. Su programa del 2.008 mostraba la lista de objetivos que completarían la carrera en la que Felipe le pasaba idealmente el testigo: “Nos proponemos el pleno empleo y consolidar la política propia del Estado de bienestar más avanzado”, “nos podemos fijar la meta de estar junto a los primeros, junto a los más prósperos y decentes del mundo”.
Mientras esto proclamaba un entusiasta, optimista e impulsivo Zapatero, los nubarrones grises de una crisis que España iba a sufrir por culpas ajenas, de otros sistemas financieros, y propias, por nuestro sistema inmobiliario, cambiaban a negros imparablemente. La crisis se hizo obvia y el muro con el que se estrelló Zapatero volvió a ser el del paro y el de una sociedad progresivamente materialista y regresivamente ética. Una y otra vez, a lo largo de la historia moderna, hemos contemplado todo un mundo donde la ética o la moralidad parecían no tener sitio en lo económico, lo que sucesivamente ha sido la causa de su desplome. En todas partes, aquí también, hemos asistido al espectáculo escandaloso de fraudes fiscales, sobornos, mentiras, comisiones ilegales. Y lo malo es que Zapatero se ve ahora en la necesidad de recorrer el camino contrario que siguió su admirado Felipe: él solo tuvo que apearse de su modelo socialdemócrata previsto porque había otro de libre mercado funcionando con resultados suficientemente aceptables. Ahora no está tan fácil; se necesita una carta náutica que muestre el derrotero a seguir con arreglo a otras pautas o ideales: un modelo nuevo. Hay que reinventar el capitalismo, le dicen, pero ¿cuál? ¿el liberal de Sarkozy y Merkel? ¿el intervenido de Obama, por donde iba también el defenestrado Brown?… ¿Y si era aquel viejo capitalismo socialdemócrata de Felipe?, insistía el empecinado e irredento Zapatero. Sólo con echar una mirada a la geografía del hambre y la muerte por miseria, que seguimos tolerando, tenemos que reconocer que los sistemas de convivencia que el hombre ha inventado se han mostrado incapaces de resolver las desgracias económicas. Ahí siguen un tercero y cuarto mundo inmersos en economía de sufrimiento, en recesión de esperanza, en libre cambio de nada. El marxismo no ha sabido dar respuesta a las necesidades humanas, el capitalismo ni siquiera lo busca directamente: allí el bienestar social ha de surgir como subproducto inevitable de la eficacia del sistema. Más de medio mundo económico es, en el mejor de los casos, un apéndice parasitario destinatario del excedente económico de los ricos. El crecimiento de la economía de libre mercado en los países desarrollados habría de generar fuerzas inversoras ilimitadas que arrastrarían a los países pobres a mejorar sus condiciones de vida. De alguna manera, sería otra forma de determinismo histórico-económico: los sistemas materialistas marxistas y capitalistas confluirían en la tesis de que todo se arregla con tal de convertirse a su propia fe. Lo que pasa es que el tiempo pasa sin que lleguen las soluciones pretendidamente implícitas, y las esperanzas en cualquier arreglo automático y calendario van menguando.
El ocaso del crecimiento
La caída del sistema comunista nos cogió por sorpresa después de años y años que se venía gestando. Tampoco es de hoy el desconcierto, la incongruencia y tendencia al caos de “éste” nuestro sistema capitalista versión actual, que viene dando avisos continuados de inoperancia. Incongruentemente la mayor parte de los habitantes del planeta siguen fuera del sistema económico y luego nos extrañamos de que la economía global no funcione. Si seremos listos que hemos inventado la globalización parcial. No puedo evitar que esto me recuerde cuando se comentaba que habían dado el premio Nobel de física a Franco por haber descubierto la inmovilidad del Movimiento. Y entonces si el invento no funciona ¿qué pasará?… Si no generamos excedentes para invertir dentro de “nuestro mundo económico”, si el paro propio se multiplica, si hay que reducir pensiones, si hay que disminuir costes salariales, si no se puede financiar un estado de bienestar interno, ¿creen de verdad que preocupará el bienestar externo?… ¿creen que se hará entonces con los necesitados lo que no se ha hecho antes?…
El motor de nuestras economías es la ambición y, en el ocaso del crecimiento, resulta que esta ambición no es inocua. Cuando una economía produce cada año lo mismo que el anterior, cuando se llega al crecimiento cero, todo lo que uno adquiere de más de un año respecto al anterior, lo pierden otros, uno no puede hacerse rico más que por sustitución, cada nuevo rico es un nuevo pobre; hasta el deseo de prosperar es, en sí mismo, un acto contra alguien. Es el sálvese quien pueda y, evidentemente, no sólo no es el momento de pensar en las tribus lejanas, sino que dentro de los países se van formando también tribus de parados, marginados o expulsados de la organización social. Y en el sistema tribal, las tribus extrañas no importan, sólo la propia. Cuando quiebra el estado de bienestar, quiebra el de solidaridad. El sistema, tal como está, sólo tiene posibilidades de subsistir en crecimiento. Necesita el crecimiento. Si se para, se desintegra.
Se supone que debe haber un cierto orden subyacente en el devenir de los hechos económicos, pero vayan ustedes a saber cual es. ¿Existen una o varias teorías generales en las que se pueda plasmar o integrar el comportamiento de la economía?… ¿No existen sino explicaciones parciales que intentan predecir escenarios también parciales?… ¿No hay nada? ¿Todo es arbitrario?…
La economía blanda
Muchos grandes economistas han buscado con ilusión axiomas inmutables con los que todo quedase establecido como lo mejor que se puede hacer. Hasta ahora ha sido en vano; y, por eso, fiarlo todo a fundamentalismos o pensamientos únicos de cualquier signo se me presenta como altamente peligroso. Es preferible que el pensamiento y las actuaciones económicas vengan de ideas políticas y sociales, que no que, al revés, un “tecnopensamiento”, siempre discutible, sea el que marque y determine la realidad política y social. Los “tecnopensamientos” sólo pueden ser materialistas, porque sólo miran a la economía y eso es un gran riesgo y una gran equivocación: el ser humano es mucho más que economía.
Cuando la economía llega a ser todo en la vida se llama materialismo y no importa que su versión sea socialista o capitalista; es siempre una economía dura. E igual que la tecnología dura con sus residuos destroza el planeta, así la economía dura materialista no puede impedir atentar contra la naturaleza humana; se alimenta de egoísmo y necesita, por tanto, fabricarlo en cantidades industriales.
Las crónicas de nuestro tiempo que aquí les presento nos muestran muchas veces teorías débiles y realidades caóticas, incongruencias y lacras morales, ¿para qué nos vamos a engañar? Es lo que hay. Pero siempre las monedas tienen dos caras y nada ni nadie nos impide fantasear, dejándonos llevar un poco o un mucho por la utopía: Una economía blanda que sustituya el pensar egoísta está siempre a nuestro alcance. Podemos soñar en que tarde o temprano, se imponga una tecnología blanda no contaminante y una concepción blanda de las relaciones económicas. Hay que creer en eso porque creer en algo es empezar a hacerlo realidad.
Texto íntegro del libro (215 páginas), gratuito para Internet, en la pestaña de este blog: El cambio, el euro y la crisis.