Después de la crisis
El Congreso convalidó el jueves 27 de mayo de 2010, sin ganas y por un solo voto, el decreto ley con el plan de medidas extraordinarias para reducir el gasto público, como actuación necesaria, a pesar de su dureza, para evitar que el incremento del déficit elevara de tal forma nuestra deuda, que nos situara en el pelotón de países desproporcionadamente endeudados y poco de fiar. El ajuste quedó así formalmente decretado.
Fue el momento en que nos caímos del guindo y eso no era más que el principio del túnel. ¿Y adónde nos lleva? ¿Son brotes verdes o rebrotes negros los que podemos esperar? ¿Nos va a tocar también el fenómeno de la doble recesión en esta crisis tan completa, compendio o resumen de todas las posibilidades teóricas de desgracias económicas?… Sin duda, a corto plazo, el ajuste nos lleva, dinámica de causa y efecto, a un crecimiento cero o negativo. El horizonte se hace inquietante y la crisis se hace aún más personal, se concreta en cada casa, en cada españolito y españolita, de una u otra forma. El sufrimiento y la inquietud se extienden como virus sin vacuna.
Pero miren, todo terminará aunque vaya a costar. Y después de los ajustes, pasados y olvidados también los efectos de las burbujas, y terminadas (alguna vez tendrán que acabarse) las inyecciones de liquidez efectuadas en defensa del desquiciado sistema financiero, tras todas las actuaciones extraordinarias realizadas o intentadas para apagar los numerosos focos de fuegos encendidos, cuando todo esto pase, nos quedaremos tal como somos, sin rebozo ni disfraz. Todo habrá supuesto alteraciones artificiales de la demanda agregada, primero hacia arriba, ahora hacia abajo, para, pasadas las tormentas, quedarnos solos y desnudos con nuestra capacidad de dar respuesta competitiva a una demanda real y global, que ya está claro no basta para cubrir la capacidad productiva a nivel mundial. Por eso está claro: tonto, y pobre, el último de la fila, porque el que no produzca y venda competitivamente irá de “shock” en “shock”, de ajuste en ajuste, separándose del pelotón de cabeza. Después de la crisis va a quedar la verdad desnuda y da cierto temor pensar en cómo quedaremos en España tan destapados.
Nuestro campo de juego es Eurolandia, nuestro balón el euro, y esta crisis nos ha mostrado que la moneda única puede ser una oportunidad y un riesgo. El euro es para los que logran instalarse en un modelo de alta competitividad desde el que vender bienes y servicios a toda Europa y a todo el mundo. Los que no alcancen ese grado de competitividad se defenderían mejor fuera de la Unión Monetaria, adaptándose a las diferencias negativas con sucesivas devaluaciones que les permitan, al menos, tirar hacia delante y seguir exportando. Lo peor sería ser incompetente, con perdón, y dentro del euro, porque tu modelo te saca del mercado exterior, produces más caro y peor, y hace que las crisis ceben en ti sus efectos negativos de forma más acentuada que en los demás (shocks asimétricos).
Todo esto tiene una conclusión fundamental: lo importante es construir nuestra competitividad, hacer que nuestro modelo productivo sea de la máxima eficiencia. Eso no es la preocupación (ni la responsabilidad) del FMI, ni BCE, ni siquiera la de nuestros socios del euro; hoy por hoy, eso corresponde al gobierno español y a todos los españoles. Los ajustes, el arreglo de nuestras finanzas, nuestra seriedad como país son elementos necesarios previos a prepararnos para el futuro, pero no son en sí mismo los que nos preparan. Ajustes los justos y eligiendo de forma exquisita los que no dañen a nuestro aparato productivo, mientras efectuamos las profundas reformas que sabemos debemos hacer. La reforma laboral y la del funcionamiento de las autonomías se ponen a la cabeza del cúmulo de acontecimientos, incontestables e inaplazables, que se precipitan. El ajuste decretado requiere tino en su aplicación, las reformas, velocidad.
El ajuste es la respuesta a los desfases del déficit, pero eso no puede ser todo. Hay que seguir intentando estimular la capacidad motora de la demanda agregada: ajustar gasto e inversiones, pero sabiendo que es la lucha por la satisfacción de las necesidades reales de las personas el único camino posible a la larga. La economía no puede renunciar al objetivo de eliminar las necesidades y favorecer a los necesitados porque es su esencia y su forma natural de funcionar sin distorsiones. Dice Pigou que el entusiasmo social es el principio (así en singular) de la ciencia económica. Sin el objetivo de cubrir las necesidades no existe la economía. O dicho de otra manera más concreta: si para que la economía fuera bien tuviéramos que prescindir de sanidad pública, jubilación, pensiones asistenciales, subsidios de paro y ayudas a la dependencia, ¿para qué íbamos a querer que la economía fuera bien?… El bienestar mayor de cuantos mas mejor es el único objetivo decente de la economía y de la política.
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